martes, 26 de enero de 2010

FOBIA

Desde el momento en que te acercas a la puerta de un ascensor y aprietas el botón para abrirla comienza una especie de tragedia de la que fácilmente podría sacarse una obra de teatro completa.

En aquel preciso instante en el que, apenas dándote cuenta, pasas desde el suelo firme de un edificio cualquiera al inestable piso de un ascensor comienza un suplicio tan largo como el trecho que hay entre el piso en que subes y el que bajas, aumentando gradualmente mientras aumenta la altura (y se extiende el viaje) del ascensor.

Cuando ya estás adentro no sabes qué sería peor, si ir solo o acompañado. Comienzas a sacar cuentas y notas que la diferencia no es demasiada pues de todos modos te sientes observado y ahogado, paranoico.

Si vas acompañado te sientes como un objeto extraño al que todos miran por alguna razón que sólo tú desconoces. Intentas pasar desapercibido yéndote lo más atrás posible, pero eso sólo te hace parecer más sospechoso ante los demás y también ante ti mismo. Sientes que hasta ése típico espejito que parece carecer de utilidad alguna está mirándote, con el entrecejo fruncido, como si le molestaras. No te atreves a mirarte en él pues parece que alguien que no fueras tú está mirándote directamente a los ojos. Tienes miedo de que a todos les moleste tu presencia, y por lo mismo sudas, enrojeces y palideces intermitentemente, como si todos notaran que estás incómodo por su presencia.

Agachas la cabeza y cierras los ojos intentando pensar que estás solo, que en el ascensor no hay más compañero de viaje que ése espejito inútil y que puedes sentirte cuan libre quieras en aquel vasto espacio de dos metros cuadrados. Pensar en esto te relaja lo suficiente como para dejar de sudar y volver a abrir los ojos.

Los abres. Te aterras. Sientes el pánico inmenso de darte cuenta que no hay nadie más que tú en el ascensor. Viajas sólo tú; tú y el espejito inútil que siempre acompaña a la gente que viaja sola en un ascensor. ¿Qué ocurriría si de pronto todo se detiene o si todo comienza a arder y el ascensor se convierte en tu última morada? ¿Qué pasaría si los hilos se cortan y caes y caes y caes sólo para explotar en el suelo y no saber nada más de la existencia ni del ascensor?. El sólo hecho de pensar en eso te aterra. Quisieras pedir ayuda a gritos, pero ahí no hay nadie, nadie que pueda escucharte. Sólo está el ascensor con sus botones, su espejito y su cámara.

Hasta ahora no habías notado esa cámara; no habías visto a tu silencioso verdugo. Creías viajar solo, pero de pronto te has dado cuenta de que alguien te vigila. Te preguntas quién puede verte a través de aquel ojo cristalino. Quién ha estado espiando todos y cada uno de tus movimientos (y tal vez hasta tus pensamientos) sin que hasta ahora lo notaras. Ya no es sólo el espejito quien te mira, sino también la cámara y quien te ve a través de ella, tal vez riéndose a carcajadas de tu nerviosismo, tal vez grabándolo todo para exhibirte en un programa de televisión en el que se hablará sobre la fobia a los ascensores.

Estás aterrado, y lo estarás más, porque acabas de darte cuenta de que hay una especie de micrófono en el tablero de botones. Quizás quien te ve a través de la cámara también te ha estado oyendo y ha reído a carcajadas de tus gemidos ahogados. Además de aterrado te sientes ridículo.

Quisieras acercarte al micrófono y preguntarle a quien está mirándote quién es y si puede ayudarte a salir del ascensor pero estás tan enervado que ni siquiera puedes hablar. Estás poniéndote pálido y alguien puede darse cuenta. Notas que estás a punto de desmayarte, sientes un pitido en los oídos y ves una luz blanquecina frente a ti. Parece que el ascensor se expandiera, pero es que en realidad sólo se han abierto sus puertas y puedes salir.

Te gustaría salir corriendo pero tu vergüenza te lo prohíbe. Caminas y vuelves a sentirte libre y tranquilo. Prometes no volver a subir nunca más a un ascensor, pero ni siquiera tu mismo te lo crees pues estás en el piso 30 de un edificio y en algún momento deberás bajar, enfrentarte al ascensor, a la gente, el micrófono, la cámara y quien te observa a través de ella.

Y COLORÍN COLORADO...

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