Érase una vez un árbol
Cuyas bello ramaje
Inspiraba al poeta,
Cuyo hermoso follaje
Lo cubría mientras escribía.
Y así pasaba el tiempo
Para aquel poeta
Y para aquel macizo
Árbol de sublime tronco.
Los más hermosos versos
Brotaban de sus raíces;
La bella prosa,
Y sus bonitos matices.
Ya más viejo el poeta
Escribía a la sombra
Del árbol, sobre las cetas
Que lentamente carcomían
Aquel ancho árbol
De rasposas texturas.
Poco a poco,
Ambos se hicieron viejos.
El pelo cano del poeta,
Bello contraste
Con el árbol caduco,
Encorvado y crujiente.
II
Y así, con el pasar de los años,
El árbol moría lentamente;
Hasta que un triste día
Su savia se derramaba
Y el árbol se extinguía.
¡Ha muerto el árbol!!
III
Ya sin sombra sobre
La cual protegerse,
Sin inspiración
De la cual abastecerse,
El triste poeta
Decidió acabar
Con su penosa existencia,
Colgándose de la última
Rama erigida,
Eliminando su esencia.
¿Tristeza absoluta?
¿O alegría concreta?
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