viernes, 4 de septiembre de 2009

LEPE

-Señor Espíndola, venía a hablar una palabrita con usted...-dijo con tono temeroso pero impositivo Lepe.
-A ver? De qué se trata, lepito?-le dijo un tanto despectivo sabiéndose dueño de la situación.
-No, mire, es que, sabe?...
-Nó, poh, Lepe, si no te dejas de dar rodeos güeones no se que mierda es lo que me quieres decir... interrumpió impaciente.
-no es por ser malagradecido ni nada,(Espíndola le dejaba hablar y lo miraba aburrido) pero al almuerzo, o sea, cuando nos sirven el almuerzo, el puré biene con mucho grumo, y tonse...
-¿"tonse"?-irrumpió riendo molesto ante el disparate. Lepe, hombre de esfuerzo, de cincuenta y ocho años ya, de los que habiá trabajado treinta y ocho, primero para el padre y luego para el hijo, bajó la cabeza ruborizado y lleno de verguenza se reprochaba no haber podido educarse de mejor forma. Es verdad; siempre prefirió darle prioridad a sus hijos, ya profesionales graduados y que lo llenaban de orgullo antes que cultivarse el mismo.
-Tonse nada, Lepe... vaya a su puesto... y que no se vuelva a repetir.

Así pasaron los días para Lepe, entre cabilaciones y noticias de sus exitosos hijos que nunca se habían avergonzado de él. Con poco pelo, se imaginó rodando por una empinada escala, destrozándose el cuello pero sin poder morir y al final de la rodada un trozo de cuero cabelludo se le desprendía, llevándole el poco pelo que le quedaba. y luego un miedo increible le subió, pero no tenía nada que ver con el pelo, pues se le encaramó desde los bolsillos, arañándole, aferrándose para poder subir, lastimando en su afán de asirse, y cuando lo pudo ver de frente ya eran las doce de la noche y ya estaba perdiendo sueño.

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