-¿Como cuánto falta?
-No lo se... ¿por qué no me dejas en paz, mejor será?
-Puta que eres desagradable, güeón, por la chucha...
-Mira, ya bastante hago con lleverte a cuestas para que más encima me estés hinchando las güevas preguntando a cada rato la misma güeá... ¿qué mierda te crees?...
Llegaron en silencio, al atardecer, cuando ya estaba helado. El viento soplaba y endurecía el cansancio y el mal humor. Lo bajó de sus hombros con violencia. ya no le estimaba en absoluto. Esa noche, la paupérrima cena tenía sabor a liciado.
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