sábado, 8 de mayo de 2010

La hermana del Joselo

Claro. Debes tener un mensaje para la humanidad.
Y positivo. De paz, amor, esperanza, buenos deseos,
y cosas así. Debes amar a dios por sobre todas las
cosas. A dios y a su iglesia, cualquiera que sea, por
sobre todas las cosas.
No, algo no me cuaja... seguramente eso de la iglesia...
la iglesia lo ha arruinado todo... ellos no son dios, y
ni cerca están de serlo. Son una organización caduca,
un ente moribundo de muchos siglos atrás con un afán
moralizante, enfermizamente moralizante, criticante
de los pecados y perversiones de Doña Isolda.
Está vieja Doña Isolda. Mañosa está la Doña Isolda.
Vive sola en su antigua casa, cerca del negocio de Don
Javier, que tambien está viejo. Se ha desgastado el pobre
con lo de la enfermedad de Doña Javiera. Y Doña Javiera
sigue igual no más, ahí, marcando el paso, entre que sí y
que no, y peor aun: el más o menos.
Me cae bien el Don Javier. Siempre nos anotaba cuando
no teníamos plata. Algunas veces chachareamos cosas
livianas, nada más allá de lo convencional hablable entre
un buen señor tendero y un comprador agradecido(o fiador ).
Así fue como me enteré de lo de la Doña Isolda. Para él resul-
taba escabroso y diríase de cierto modo violento y desagra-
dable, pero era una de esas cosas que queman por dentro mientras están escondidas. Como la Hermana del Joselo cuando jugábamos a las escondidas.
¡Qué linda que era esa rubiecita! Supongo que de ahí viene mi gusto por ellas.
Sus formas... Qué linda que era la... chucha, me he olvidado de su nombre...
pero era linda, y me parece que yo le gustaba... pero yo era muy pendejo y muy güevón como para hacer algo. La recuerdo con su pelo largo y doradito, blanquita, con su carita radiante, sus labiecitos gorditos y rojos, tempranos, probablemente de una calidez que jamás tenga en la vida, de ojitos azul pálido(o la lejanía de su recuerdo les ha cambiado el tono... no se.), más gordita que flaca,
no muy conversadora( o la lejanía de su recuerdo le ha quitado líneas... no se.)... la recuerdo ahí, en el garaje de la casa de Maipú... oh, he olvidado el número de esa casa... pero la recuerdo ahí, con su camisita amarilla y sus patas negras, toda linda y ahí, atormentando dulcemente el recuerdo de mi ser gustoso e infantil que la miraba discretamente y aceptaba orgulloso sus manotazos. Pocas mujeres me han gustado como me gustó ella. Maldición... no recuerdo su nombre...

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