tu crisálida voz encogió los hombros
de la naturalidad entumecida.
reías
saltabas
corrías
desaparecías en el manto de la montaña sagrada.
asimilabas
la perfección de los días
y el saber se mancillaba
debajo de tus labios curvilíneos.
imagina la deformidadde los halagos e improperios
tú y yo
indefensos.
en el resplandor de la luna
cogías la calma extasiada
las gotas del silencio amable
la sed de la muerte anunciada.
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